Pues me alegra decir que mi primero libro leído del año sencillamente me fascinó. Y eso que fue por pura locura que lo empecé a leer… no más por esa fijación medio maniaca que tengo de leer siempre el libro antes de ver la peli (cosa que quizá haga con Los Miserables). Y, por otra parte, seguramente la película de Cloud Atlas no me habría pero ni pasado por la cabeza verla, de no ser por un artículo en cierta revista de cine que a veces compro. Y ¡qué bueno que existen las revistas!, si no me habría perdido de un libro excelente y de una película magnífica.
Al empezar a leer El Atlas de las Nubes, de David Mitchell, de verdad que no lograba engancharme y no estaba segura de si lograría entender qué rollo con la trama, pero había pedacitos muy impresionantes y en cierto modo eso fue lo que me ayudó a no cejar en mi empeño de terminarlo. Y es que no empieza así que digamos muy interesante; un tipo que escribe un diario y lo que vive en una isla, los nativos, las costumbres de éstos. Después se embarca para regresar a su hogar, y empieza la aventura… aderezada con ciertos tintes trágicos.
Pues bien, ya me estaba yo clavando en el diario de navegación de Adam Ewing y luego ¡zas! Que me cambian la historia. Ahora se trataban de cartas de un joven músico que le cuenta sus peripecias y a un amigo suyo. Antes de satisfacer mi curiosidad me la vuelven a cambiar; algo más policiaco; una periodista, crímenes, misterios, pistas… Empiezo a entender que esto de dejar las historias a medias es algo así como la finalidad del libro y vuelve a suceder otras tres veces y luego de regreso. A saber, la cuarta es de un anciano editor que termina en un asilo en contra de su voluntad; después una distopía (muy a la Huxley y Un Mundo Feliz); y al final un mundo del futuro que ha regresado a ser primitivo. Cada historia se sitúa cronológicamente después de la anterior (la primera es en mil ochocientos y algo, la última en dos mil cuatrocientos no sé qué… o algo así, la verdad soy muy mala para gravarme fechas) y en lugares geográficos harto lejos unos de otros. Y las historias son como matrushkas, cada una aparece por equis o ye razón dentro de la siguiente… enredado, ¿cierto? La sexta historia es como la apoteosis de todo, a partir de ella se desenvuelven los desenlaces de las demás… o más bien, ahora cada historia busca el final de su antecesora. Todo retrocede.
Uno no puede más que seguir leyendo para saber cómo carajos acabará cada historia y, quizá, encontrar alguna explicación a ciertas cosas de las otras. Como el maldito ‘antojo en forma de cometa ubicado entre la clavícula y el omóplato’, una seña que tienen en común algunos de los personajes y que ¡no!, no me pregunten, porque no logré descifrar el misterio. Es un libro que mezcla tantas cosas que perturba, tiene todo y, en lo personal, me es fascinante la manera en que me llevó a través de tantos siglos, tantas vidas… que alguna cosa que pasa en un momento va discreta y sin prepotencia a cambiar el destino de alguien luego de muchísimos y muchísimos años. Y, aún siento cierta frustración por lo complicado que resulta de repente, y en los últimos días he llegado a decretarme a mí misma que tengo que volver a leerlo (pronto), para sacarme de muchas dudas; sobre todo después de que vi la película (tema para luego).
Está por de más decir el dulcísimo sabor de boca que me dejó y que sin lugar a dudas es algo de lo mejor que he leído en mi corta y loca vida. Cuando me topo con joyas como esta me pregunto el porqué de que existan bazofias tipo Cincuentas Sombras de Grey (y los árboles que talan para imprimir esas bazofias…). Total, cuando termine de leer los tres tomos de la bazofia esa, la criticaré. Mientras, seamos todos felices leyendo buenos libros, jaja. Un beso y hasta la próxima!!