Me siento como un vampiro que vuelve a ser mortal, que regresa a la luz del sol y debe alejarse de la sangre, de la muerte, de la belleza de la noche y las lunas plateadas. Dejé dentro de mi ataúd los terciopelos y encajes, me arrancaron los colmillos y mi sistema digestivo empieza otra vez a funcionar. Mis ojos… mis ojos se adaptan a la luz diurna y mi pálida piel ya no es vulnerable al sol. Vuelvo a sentir dolor y a pensar en el futuro, en si habrá un mañana y en lo que, en ese mañana, pasará. Ya no soy una de las criaturas del demonio, ya no puedo entrar y salir del infierno, y el paraíso y sus ángeles coquetean conmigo, quizá piensen que podría redimirme, pero no quiero, porque aunque el dulce Satán ya no pose sus verdes ojos en mi, yo siempre seré una hija de la noche. Los abstemios no beben vino, pero lo desean; yo ya no me refugio en gargantas rebosantes de dulce y tibia sangre, pero lo añoro y deseo un día regresar al Jardín Salvaje, a mi inmortalidad, a sobrevivir entre las sombras, componiendo versos a la luz de las velas y saboreando el rojo líquido, alimento de los dioses oscuros y hermosos que tienen vedada la entrada al cielo, pero que no la necesitan, porque juegan con los mortales y sus vidas.
Ah… la sangre, ahora corre pura por mis venas, limpia y llena de vida. Mi corazón late y siente. Soy como un espíritu que regresó del limbo para ocupar de nuevo un lugar en el mundo.
Ah… la sangre, ahora corre pura por mis venas, limpia y llena de vida. Mi corazón late y siente. Soy como un espíritu que regresó del limbo para ocupar de nuevo un lugar en el mundo.
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